«La fortuna sonríe a los valientes». De niño, adoraba esos viejos proverbios. Ya mayor, su precisión no deja de sorprenderme. Cansado de oír nuestras quejas, con tantos proyectos y tan poco dinero para llevarlos a cabo, un cliente nos espeta, al final de un almuerzo entre los olivos: «¿Y qué demonios harías si tuvierais diez millones de euros?». Buena pregunta. Dedicarme, entre otras cosas, a esta ladera que lleva diez años haciéndome soñar y que he reconstruido con paciencia, parcela a parcela, convencido de que nunca tendría los medios para volver a ponerla en cultivo.
¿El banco? Imposible. ¿Un accionista? Perderíamos nuestra libertad. ¿Y si preguntamos a nuestros clientes? La idea se afianza, luego se detiene, se reanuda, muere frente a un muro de complejidades administrativas y potenciales plusvalías a pagar aunque no hubiéramos vendido nada. Luego un almuerzo, un nombre que lleva a otro, un consejo, brillante, mensajes, ideas, una posibilidad y, a finales de 2011, un centenar de clientes se convirtieron en accionistas de Clos des Fées. Más que dinero, que nunca faltará a partir de ahora, nuestros socios nos dan el tiempo, el que nos permite acelerar y el que nos permite frenar. Comienza una nueva dinámica.