2015

El año de la trashumancia. Abandonar el garaje nos rompe el corazón. Diecisiete años elaborando vino en casa, oliendo los desde la cama, bajando en mitad de las comidas para comprobar la temperatura.

Es impensable desfigurar el valle, en dirección Rivesaltes. Bodega nueva. Ya no será ella la que decidirá, la que me limitará, sino que seré yo. En el vino, la tecnología es como el dinero en el póquer: es necesario para sentarse a la mesa, pero no es lo que hace ganar. Prensa de última generación con drenajes refrigerados, cubas troncónicas invertidas, una pequeña bodega de barriles por fin climatizada… lo necesario y suficiente. El ser humano sigue estando en el centro del proceso y es él quien decide… No es infalible, por supuesto, pero no se trata de una máquina que aplica una receta, obligando a aceptar una uniformidad general. Algunos han pagado caro este error; a nosotros no nos pasará. Me viene cierta tensión cuando recuerdo una conversación con Marcel Guigal sobre la flora de levaduras presente en las bodegas y la importancia de preservarla. Transportamos todas las cubas a la nueva bodega, con la esperanza de que las levaduras se vengan con ellas.

Vendimia generosa, añada inmensa con ese sabor aterciopelado único que le debemos a la gran arcilla-caliza de Vingrau, además con ese lado luminoso, esa energía que da la impresión de que el vino está habitado por una vida propia. Impresionantes notas en el Wine Advocate, con una salva de 97/96/96/95/93/93. Éxito completo y las mejores notas de todo el Languedoc-Rosellón.