Un lugar

Perdido en un desierto de garriga, y rodeado de muros de piedra seca, Le Clos des Fées parece una imagen salida de una tarjeta postal. En este lugar, la vid fue plantada a golpes de pico en medio de afloramientos de roca madre, en pequeños bolsillos de arcilla pura, y zigzaguea entre majestuosas encinas. Las piedras fueron retiradas de las viñas, una por una, a mano o con caballo, y apiladas, con paciencia y sabiduría, por generaciones de viticultores que trabajaron duro, sin prestar atención al reloj.

Dicen los ancianos del pueblo que, desde que tienen memoria, las viñas de brazos torturados ya eran «viejas».

Más antiguos aún, se ven a lo lejos los azules acantilados de Vingrau, casi verticales, donde sopla con rigor el Tramontana. Al pie de los Pirineos, muy cerca, brilla el Mediterráneo. Durante el solsticio, las hadas se reúnen y bailan en este lugar singular, diferente y misterioso.