Un encuentro

Sin pensar demasiado, guiado por mi instinto, elegí este lugar para vivir al máximo mi pasión por el vino. Habiendo desarrollado distintas actividades como sumiller, escritor sobre vinos y el buen vivir, tuve la certeza, en una época clave de mi vida, de que tenía que empezar a «hacer» para conocer, o comprender, todas las etapas que permiten que un trozo de madera oscura dé lugar, años más tarde, a un néctar imposible de olvidar.

Algunas hectáreas de viñas viejas, unas tijeras de podar, un vino peleón y un pulverizador de espalda: aquí, muchos viticultores han trabajado solo con eso, dejando de lado el despliegue de maquinarias y técnicas. Y así fue que comencé, una mañana clara de 1997, sin dinero, sin nada que perder, pero colmado de grandes esperanzas.

En muy poco tiempo, la piel toma color y se curte, las manos se dañan, el cuerpo entero sufre, se tensa, y hasta llega a bloquearse. Ahora lo sé: en la realidad cotidiana, la viña está muy lejos del ambiente acogedor de los grandes restaurantes.