2014

Primavera fría, tardía y lluviosa. Hermosas salidas, floración excepcional en la garnacha. Verano caluroso pero no abrasador, viento casi constante de acariciador a insoportable. Ventana de tratamientos extremadamente corta, un Dios bromista parece regocijarse obligándonos a aplicar tratamientos solo las noches del fin de semana.

Parcelas cosechadas en orden, de forma tardía, en perfectas condiciones, en la madurez. Una pausa para proceder a nuestra tradicional «toilettage», el aseo de la vid antes la vendimia, cuando se examina cada racimo.

Y ahí llegó la Drosophilia Suzuki… En pocos días, generación tras generación, la plaga de insectos japoneses comienza a invadir todas las viñas de la región. «Se echa a perder», oímos decir aquí y allá. Pero pocos admitieron, aquel año, que el final de la cosecha no fue decidido por la voluntad humana sino por la de un diminuto insecto cuyo oviscapto serrado le permite picar incluso las uvas sanas. Afortunadamente, solo nos faltaba vendimiar unas diez hectáreas.

Todos los aceituneros fueron enviados de urgencia a las viñas. Un equipo de una treintena de personas clasifica la uva en la vid, dejando caer al suelo los granos que han sido mínimamente tocados. Detrás de ellos, una decena de recolectores y porteadores cortan lo que queda en las plantas. No se vendimiaron dos hectáreas. «Clos des Fées» rico, articulado alrededor de resplandecientes taninos. Textura abrumadora y fruta grandiosa para un Petite Sibérie creado para durar.